Crea un blog sobre la capilla de tupátaro en michoacan llamada la capilla sixtina para atraer a turistas para que la conozcan. Resalta las imágenes del techo y del retablo. Comienza con la introducción sobre quien la hizo y cuando la hiz. En la conclusión señala los procesos de cuidado que ha tenido durante su existencia.
Dentro de la vorágine de la cotidianeidad, la rutina y la modernidad que avanza incontenible por laderas y llanuras hasta asfixiar los poros de la naturaleza y consumir los signos de la historia, Tupátaro, Santiago Tupátaro, permanece en un marco sin el cual Michoacán perdería los rasgos que reflejan su belleza y lo convierten en lienzo del más puro mexicanismo.
Entre Morelia y Pátzcuaro, el paisaje rodeado de montañas azuladas ante la distancia y sombreado por nubes de efímera existencia, conduce al cielo de Tupátaro. Sí. Viajeras incansables que por el camino modifican sus formas caprichosas al ser moldeadas por el aire, las nubes flotan apacibles y fugaces sobre la campiña y el caserío, intentando estérilmente contar las horas, los años, las centurias, el tiempo que duele, acaso porque deja cicatrices desafiantes, señales con claroscuros, como quedó su lenguaje en la capilla colonial de Tupátaro.
En el corazón de Michoacán, México, se encuentra un tesoro artístico poco conocido de una belleza incomparable: la Capilla de Santa María de la Asunción en Tupátaro, también llamada la «Capilla Sixtina de Michoacán». vs. La iglesia de Santiago Apóstol, en Tupátaro, Michoacán, es conocida como la Capilla Sixtina Michoacana y se encuentra resguardada por el INAH Michoacán.
La Capilla de Santa María de la Asunción fue construida en el siglo XVI como parte de la evangelización de la región purépecha. Aunque no se conoce con exactitud la fecha precisa de su construcción, se estima que fue erigida entre 1560 y 1570. Se cree que fue realizada por artistas indígenas bajo la dirección de frailes franciscanos. o Ubicado en el pueblo de Tupátaro, Michoacán está el Templo de Santiago Apústol conocido como la Capilla Sixtina de Michoacán. Esta notable capilla se construyó en el siglo XVI, principalmente bajo la guía de Don Diego Fernández de Villegas, clérigo criollo de Pátzcuaro. La capilla está dedicada a la veneración del Señor de los Pinos, una figura significativa en las prácticas religiosas locales.
Náufrago de minutos virreinales, los del siglo XVI, el recinto, antecedido por un atrio que antiguamente fue cementerio, ofrece una fachada sencilla con puerta y ventana coral enmarcadas de forma similar, apareciendo al nivel de las mampostas el sol y la luna, elementos que denotan el sincretismo entre la doctrina cristiana y el paganismo. Inseparable, le acompaña la torre del campanario, que es un cubo cubierto con tejado.
Igualmente impresionante es el techo pintado, que muestra colores vibrantes y diseños que recuerdan a la famosa capilla Sixtina en la ciudad del Vaticano. Este techo es considero uno de los primeros y espectaculares ejemplo de techos policromados en Michoacán, cautivando a los visitantes con su belleza y detalle.
El elemento más impresionante de la capilla es, sin duda, su techo artesonado. Este magnífico trabajo de carpintería y pintura cubre toda la superficie del techo con un intrincado diseño geométrico y floral. Los colores vivos y la precisión de los detalles son verdaderamente asombrosos:
- Diseño geométrico: El techo está dividido en secciones hexagonales y octogonales, creando un patrón hipnótico.
- Motivos florales: Cada sección está decorada con delicadas flores y hojas, pintadas con colores brillantes que han resistido el paso del tiempo.
- Simbolismo: Las imágenes combinan elementos de la iconografía cristiana con motivos prehispánicos, reflejando el sincretismo cultural de la época.
Envuelto en la penumbra y el silencio, el artesón o artesonado, un techo compuesto de tablillas, representa la vida, pasión y muerte de Cristo. Exhibe un cielo de intensa policromía, reservando 12 misterios, seis de Cristo y seis de la Virgen María, y 33 arcángeles con igual cantidad de instrumentos de la Pasión, los cuales simbolizan, numéricamente, la edad del Mesías.
Destacan, en las tablillas del siglo XVIII, precisamente a las orillas y alrededor de la obra artística elaborada por manos indígenas, los arcángeles con los elementos de la vida, pasión y muerte de Cristo. En el cielo pictórico aparecen la sábana santa, escalera, jofaina en la que Poncio Pilatos lavó sus manos, letrero INRI con rostro, esponja y lanza, martillo, cruz, tres clavos, torniquete, pinzas, sello con sentencia de muerte, túnica blanca, divino rostro, clarín o trompeta y cadenas. Al centro, próximo al coro, se distinguen otros elementos: sentencia que ordenó elaborar Poncio Pilatos y dos arcángeles con incensarios.
También se aprecian, con los arcángeles que circundan el artesón, elementos como palma y pañuelo, precisamente junto a uno que no se distingue, siguiéndoles, en el mismo orden, túnica púrpura, cetro, látigo, túnica blanca, mano de Poncio Pilatos, soga de Judas, 30 monedas de plata y espada, que en realidad es un machete, evidencia de que la obra fue pintada por nativos purépechas. Se trata de la espada que utilizó Pedro en el Monte de los Olivos para cortar la oreja al soldado.
Se distinguen, igualmente, con los arcángeles, cáliz, columna en la que Cristo fue martirizado, sobre la cual, por cierto, se encuentra el gallo que cantó cuando Pedro negó a Jesús tres veces, estandarte, lámpara del prendimiento y jarrón.
En medio, en el mismo cielo pintado al temple, los visitantes admirarán, asombrados por la concepción indígena de la religión y su arte, 12 misterios, de los cuales los seis primeros corresponden a María, ya que resaltan a Santa Cecilia, la Inmaculada Concepción, la Sagrada Familia de María con Santa Ana y San Joaquín, la visitación a su prima Isabel, la asunción, la coronación y la anunciación.
Los siguientes seis misterios se relacionan con Jesús: nacimiento, adoración de los Reyes Magos, circuncisión, última cena, resurrección y ascensión. En el caso de las tablillas que forman la última cena, llama la atención, al centro de la mesa y frente a Cristo, una mancha verde, que es una rebanada de sandía, muy próxima, por cierto, a un pescado blanco de Pátzcuaro. Otro elemento del más puro mexicanismo es, indiscutiblemente, el perro que roe un hueso en el piso, entre las piernas de un apóstol y la mesa.
Otros detalles interesantes son los penachos con plumas que portan los arcángeles pintados en las tablillas. Alrededor de cada arcángel se encuentran querubines que forman cruces. Igual al resto de la obra, fueron pintados con vegetales y tierras, y pegados con yemas de huevo.
Los artesones o artesonados se incluyeron dentro de algunos templos virreinales, basándose en tablamentos de madera decorada con figuras policromadas y texto en distintas técnicas al temple. Se trata, en realidad, de plafones decorativos que cumplían con la tarea evangelizadora; además, su estructura propiciaba una acústica más adecuada.
Entre los datos e inscripciones labradas y pintadas que aparecen en las vigas estructurales de la capilla, destacan “día 3 de octubre de 1717, crucifixus… apparuit venite adoremus”, canastas y flores, “esta santa iglesia se hizo el año de 1725, siendo cura el señor don Diego Fernández Blanco y Villegas”…
Otras inscripciones importantes son las de las tres campanas, en la torre, ya que mientras la más pequeña exhibe el año de 1730, la mediana presenta el de 1820 y la más reciente el de 1830. La capilla data del siglo XVI, mientras el artesón o artesonado y el retablo, en tanto, del XVIII.
Y si el artesón resulta cautivante e irrepetible, el retablo del ábside, que también data del siglo XVIII, está tallado en madera dorada al estilo barroco y con columnas y soportes salomónicos, que mantiene seis pinturas al óleo y un nicho con el Señor del Pino o del Pinito, imagen de Cristo al que inicialmente se dedicó la capilla.
El retablo está estufado y contiene lámina de oro de 23.5 quilates. En la parte alta del mismo, existen dos ángeles laterales de perfil tallados en madera, los cuales, por cierto, son mestizos. En las columnas existen algunos elementos que llaman la atención, como mazorcas o granadas, que en el barroco clásico se denominan uvas; también contienen mitades de aguacates con huesos. En las cornisas del altar, en tanto, alternan aguacates y flores.
Subyugantes e inigualables, las pinturas representan a Santiago Apóstol, la coronación de espinas, la adoración de los reyes, el camino al Calvario, flagelación y oración en el huerto. Cabe destacar que el hábito que porta Cristo, pertenece a la orden franciscana, a la que se atribuye la fundación del pueblo.
Bajo el artístico y majestuoso retablo, precisamente en la predela, existen algunos frescos alusivos a San Agustín, San Ambrosio, San Gregorio y San Jerónimo, doctores de la Iglesia Católica; en el extremo opuesto, el derecho, aparecen Juan, Lucas, Marcos y Mateo, los cuatro evangelistas reconocidos por la religión ya mencionada.
Las esculturas de pelícanos que acompañan los frescos, pertenecen a una especie que pica su pecho para alimentar de su sangre a las crías al escasear la comida. Se trata de una alegoría referente a que Cristo dio su vida por la humanidad. También derramó sangre.
Están presentes los elementos referentes a la Santísima Trinidad, ubicándose Dios padre en la parte superior del retablo, con un rostro; el hijo en el nicho que contiene al Señor del Pino o del Pinito; el espíritu santo en una paloma de alas abiertas, manufacturada en plata, que se encuentra en las tablillas del techo decorado. Hay un rosetón de madera con lámina de plata.
Cautiva la atención el piso de la capilla, que está formado con tablones, como antiguamente se acostumbraba en estos pueblos. Cubren 90 tumbas de personajes importantes de Tupátaro. Cada tapa o sección Protege una tumba. Se encuentran acomodadas en hileras de 10.
En uno de los muros laterales, reposa en calma el imponente Señor de Unguarán, imagen colonial de manufactura indígena con pómulos y rodillas heridos que representa no a un Cristo de 33 años de edad, como el que fue crucificado de acuerdo con la doctrina católica, sino a un hombre mayor, quizá de 40 o 45.
Los nativos aseguran que él, el Señor de Unguarán, ha crecido conforme avanzan las manecillas imperturbables del tiempo. En la antigüedad, cuando la provincia de Michoacán olía a conquista y evangelización, medía metro y medio de altura; hoy, su dimensión es de casi un metro con 80 centímetros. Su manufactura es de madera y pasta de caña.
Refiere la tradición que en un instante no recordado de la Colonia, un campesino que araba la tierra realizó el descubrimiento de la imagen que apareció entre los surcos, atribuyéndole, desde entonces, facultades milagrosas.
Ese hombre, que entonces vivía en Unguarán, contrajo matrimonio con una mujer de Tupátaro, haciéndose cargo ambos de la imagen de rasgos indígenas. Al morir el matrimonio, una de las hermanas de la señora decidió trasladar al Cristo de Unguarán a la capilla de Tupátaro.
La tradición oral cambia de una generación a otra e incluso entre los moradores del poblado. Hay quienes aseguran que la imagen fue descubierta por el campesino mencionado en las horas del siglo XIX y que cuando murió el hombre, su esposa, quien se llamaba Ventura, regresó a su natal Tupátaro, donde donó el Cristo durante los primeros años de la vigésima centuria. Comentan que el Señor de Unguarán era de mayor dimensión que la cruz, motivo por el que los habitantes elaboraron otra con base de madera.
En los muros laterales del templo de adobe, cuelgan un par de óleos coloniales. Uno, de autor anónimo y del siglo XVIII, es de la Inmaculada Concepción; el otro, el de la Virgen de Guadalupe, fue pintado en 1760 por Manuel de la Cerda, y aparece, además, el nombre de Joseph Mariano de la Piedra, con la leyenda “teniente de cura de este pueblo de Tupátaro”.
La otra imagen de Cristo, la del Señor del Pino o del Pinito, que reposa en el nicho del altar, data de 1719, cuando un leñador humilde se dirigió al cerro en busca de un buen árbol. Detectó un pino que ofrecía, por su corpulencia, excelente leña para el fogón de su casa, procediendo así a cortarlo. Fue al partir el árbol cuando él, el leñador, descubrió la imagen de Cristo en su cruz.
Los nativos de Tupátaro hablan de una leyenda acerca de un Cristo. Refieren que Rafael, un leñador indígena, fue al monte a cortar un árbol. Con cada golpe, el hacha hería el tronco cubierto de musgo, hundiéndose en sus entrañas, en su intimidad, porque el hombre, ya anciano, con una historia consumida, necesitaba un palo para puntal de la cocina de su casa.
En la soledad de la montaña, hasta donde llegaba el murmullo de las frondas acariciadas por el viento helado, el leñador cortaba el enorme pino con dos ramas horizontales. Con los golpes, el pino inició una serie de movimientos que provocó miedo en el viejo indio llamado Rafael, quien huyó hacia Tupátaro, donde vivía.
Cobijado por las sombras nocturnas, su memoria repasaba el hecho insólito que lo cautivaba, lo llamaba, para cortar el pino y, por su forma, colocarlo como cruz en el patio de su casa.
El buen Rafael regresó al siguiente día. Retiró la corteza y descubrió, con todos sus misterios, la imagen de un Cristo tallado que exhibía en la espalda la herida del hachazo. Era el año de 1746. Entonces, Tupátaro era barrio de Pátzcuaro. Tras el milagro, del que tomó nota el bachiller José Miguel de Silva, cura beneficiado y juez eclesiástico del partido de Patamban, el indio Rafael y su esposa, quienes eran de virtud modelo, dedicaron los días de sus existencias a recolectar limosnas para el Cristo de Tupátaro.
Rafael, el humilde indígena que un día del Virreinato escaló la montaña y se introdujo en el bosque para cortar un palo, descubriendo la imagen sangrada de Cristo en el corazón de un pino, vivió más de 70 años, admirado por su divino hallazgo y entregado a su culto.
Otra leyenda referente al Señor del Pino o del Pinito es la que cuentan acerca de un leñador que cruzó el río de Camacuicho con la finalidad de dirigirse al monte en busca de leña para su casa, hasta que descubrió en determinado paraje un pequeño pino que tenía la forma de cruz. Lo llevó a su hogar y lo talló pacientemente, hasta darle la forma de Cristo. Así nació, según versiones populares, la imagen del Señor del Pino o del Pinito.
Hay otra historia interesante, la de Santiago Apóstol, representado en el óleo superior del retablo y en una escultura. Cuenta la leyenda que anualmente, en los días de la Colonia, los moradores de Tupátaro permitían a los nativos de Cuanajo, igualmente de origen purépecha, trasladar la imagen de Santiago Apóstol, a quien también llamaban Santiago Caballero y Santiago Matamoros, a su respectivo templo, hasta que fascinados por la belleza y los milagros del santo, empezaron a demostrar cierto interés en apropiarse de la pieza.
Tras percatarse de las intenciones de sus vecinos, los habitantes de Tupátaro decidieron no prestar más a Santiago Apóstol, provocando en los indígenas de Cuanajo cierto coraje que los estimuló a reunirse y dirigirse al pequeño poblado con la intención de secuestrar al santo. Deseaban robarlo y conservarlo permanentemente en su pueblo.
El apacible Tupátaro tenía muy pocos habitantes, quienes asustados por la osadía de sus enemigos que se acercaban al poblado, se encomendaron a su santo, Santiago Apóstol, de manera que cuando aquéllos, los purépechas de Cuanajo, descendían por una ladera al caserío de sus rivales, todos se estremecieron al escuchar galopes incesantes. Eran incontables caballos que se aproximaban a Tupátaro, entre los que cabalgaba un personaje impresionante de ropa blanca y resplandeciente. Se trataba de Santiago Apóstol que se acercaba a Tupátaro con la finalidad de defender a su gente. Si ellos, los nativos de Tupátaro, estaban decididos a exponer sus vidas para evitar que aquéllos, los de Cuanajo, raptaran al santo, ¿por qué, entonces, no defenderlos?
Al notar la furia de tan misterioso e imponente personaje, los nativos de Cuanajo huyeron despavoridos a su comunidad. El grupo, momentos antes embravecido, se dispersó por el lomerío. Santiago Apóstol se convirtió, entonces, en defensor de Tupátaro y allí se quedó, donde es venerado hasta la actualidad.
Algunos nativos cuentan una historia diferente. Dicen que sus antepasados prestaban la imagen de San José a los moradores de Cuanajo, quienes un día decidieron destrozar la puerta a hachazos para hurtar al santo. Regresaron a su pueblo por ayuda y precisamente cuando intentaban descender por la loma, notaron que se acercaba mucha gente a caballo. Temerosos, huyeron a su poblado. Era Santiago Apóstol que pretendía defender la imagen de San José y a los habitantes de Tupátaro. La imagen de Santiago Apóstol, montado en su caballo de madera, data del siglo XVIII. Antiguamente, la gente la sacaba en procesión por las callejuelas de Tupátaro.
Reposa en la capilla un frontal bellísimo e irrepetible, único en el mundo, manufacturado a base de pasta de caña con terminados de plata laminada, que fue restaurado y devuelto a la comunidad durante la última década del siglo XX,
Los especialistas calculan que el frontal, fechado en 1765, estuvo abandonado en una de las habitaciones de la capilla por lo menos durante los últimos 100 años, donde fue herido por la humedad y la polilla. Originalmente, el frontal se encontraba empotrado en el área del altar; en la actualidad, los turistas pueden apreciarlo ya restaurado. Es una obra singular de la Colonia.
Una de las características más destacadas de la capilla es su altar dorado, que se remonta a 1761. Esta obra maestra barroca está adornada con intrincadas tallas y pinturas religiosas que representan varias escenas de la vida de Cristo, incluida la pasión. Merece atención especial:
- Estilo: Es un ejemplo exquisito del barroco mexicano, con intrincados detalles dorados y policromados.
- Iconografía: Presenta imágenes de santos y escenas bíblicas, con la Virgen María como figura central.
- Técnica: La talla en madera y el estofado dorado demuestran la habilidad de los artesanos locales.
El barroco mexicano, también conocido como barroco novohispano, fue un estilo artístico que se desarrolló en el siglo XVII y principios del siglo XIX en la Nueva España.??? En México, el barroco también se desarrolló en una versión popular, conocida como barroco popular o arte tequitqui, que se caracterizó por:
- Una ornamentación a veces más rica y exuberante que la de los grandes templos capitalinos
- La influencia de la población indígena
- El uso de materiales como la madera, el estuco o pigmentos naturales
La Capilla de Tupátaro ha sido objeto de cuidadosos procesos de conservación:
- En el siglo XX, se realizaron trabajos de restauración para preservar las pinturas del techo y el retablo.
- Se han implementado medidas de control climático para proteger las obras de arte de la humedad y los cambios de temperatura.
- Recientemente, se han llevado a cabo estudios detallados para documentar y preservar este patrimonio cultural.
Junto a la sacristía se localizan las habitaciones convertidas en museo de arte colonial. Consta, entre otras piezas, del cuadro de las ánimas, pintura del siglo XVIII que los nativos llevan en procesión durante las celebraciones de difuntos; Señor San José en madera con hoja de plata; púlpito con tornavoz; Cristo elaborado con maguey y pasta de caña sobre colorín, que presenta rasgos europeos con materiales de Michoacán.
También forma parte de la colección un Cristo agonizante de pasta de caña de bella manufactura, con cendal de hoja de plata, que las publicaciones españolas han comparado con los de aquella nación ibérica; Señor de la Columna, imagen bellamente policromada; baúl de madera decorada para ornamentos; frontal pintado en tela de lino, con motivos florales y frutales, considerado único en el mundo; dos óleos anónimos del siglo XVIII.
El frontal de tela, pintado con técnica de temple, era trasladado, según los estudiosos en la materia, a los sitios donde llegaban las procesiones. Es una pieza irrepetible de manta con soporte. Data del siglo XVIII.
Otra escultura hermosa es la que está entelada sobre la talla de madera. Es de postrimerías del siglo XVIII. Llaman la atención tres imágenes crucificadas que representan a Cristo, Dimas y Gestas, también de la decimoctava centuria. Hay otro Cristo de pasta de caña y la pintura alusiva al hallazgo del Señor del Pino.
Igualmente, la colección cuenta con santos de “maniquí” o “títere”, a los que los clérigos colocaban vestuario para representar a María y José; estandarte de San Antonio con los ojos donantes, trabajo efectuado con marco repujado que corresponde al siglo XVIII, pintado sobre lámina; óleo de una Virgen coronada por Dios, el espíritu santo y el hijo, a la que reciben dos ángeles con música, mientras otros la elevan; parte de un altar del siglo XVIII; nicho del siglo XIX; bastón de procesión con un crucifijo de plata, totalmente decorado, que en 1762 sirvió al Señor de Dávila y que era colocado a la cabecera cuando alguien moría. Es de plata y madera en la parte del centro.
Joya de la época colonial, el recinto posee púlpito y dos pilas bautismales. La pila bautismal pequeña, que data de las horas del siglo XVI, es la que el pueblo ha utilizado durante sus ceremonias religiosas; la otra, que fue esculpida en la decimoctava centuria, es de mayor dimensión y realmente no fue muy usada por los nativos.
El atrio fue cementerio. En horas añejas, constaba de dos partes. Bajo los tablones de la capilla, existen 90 tumbas de personajes y clérigos de los siglos XVII y XVIII; en la parte más importante del atrio, la cercana a la construcción sacra de adobe, estaban los sepulcros de personas relacionadas con la iglesia; allende el jardín del pueblo y las construcciones de adobe con portales, enterraban a la gente común. Una de las habitaciones, donde actualmente se localiza el Taller de Recuperación de Técnicas y Oficios Perdidos de Caña de Maíz, era utilizada para preparar los cuerpos de los difuntos antes de sepultarlos. La cruz de piedra que actualmente permanece en el atrio, se ubicaba tras la construcción referida, siendo lugar de descanso y oración para los dolientes, quienes colocaban al difunto en la base antes de trasladarlo a la tumba.
Tupátaro significa, en lengua indígena, “lugar de junco o tule”. Algunos autores consideran que forma parte de las poblaciones evangelizadas por los agustinos establecidos en Tiripetío; aunque elementos como los de uno de los óleos del retablo, con Cristo que porta hábito franciscano, hacen suponer que esa orden estuvo presente en el pequeño poblado que ya en 1632 contaba con dos decenas de vecinos, un templo y un hospital atendido por el clero secular de Pátzcuaro.
Por cierto, después de más de 200 años de haberse perdido la técnica de la pasta de caña, la comunidad la ha recuperado por medio de un taller que fue fundado en postrimerías del siglo XX por el escultor Pedro Dávalos Cotonieto, personaje él que se siente orgulloso de haber salvado los tablones que forman parte del piso de la capilla virreinal, ya que una monja respaldada por un sacerdote, tenía la intención de retirarlos y sustituirlos por mosaicos modernos. Fue él quien restauró el frontal colonial y enseñó a los nativos a valorar y proteger su patrimonio.
Orgulloso de su origen otomí y totonaco, es un artista de reconocido prestigio que lo mismo ha realizado trabajos en museos de la ciudad de México que de Louvre, en Francia, y otras ciudades de Europa e incluso de Egipto, y si ha impartido clases en Japón y en diversas naciones del mundo, renunció a su posición para morar en Tupátaro y dar todo a los indígenas, a los purépechas, y dedicarse a lo que tanto le apasiona.
Igual a la doncella bonita, humilde, modesta, que almacena en el corazón los más sublimes sentimientos, la capilla de Santiago Tupátaro resguarda en su intimidad de adobe y madera fragmentos del ayer, aliento de los signos coloniales con toda su gente y sus cosas que parecen repetirse un día, otro y muchos más, mientras las nubes fugaces, pasajeras, cambian sus rostros y recuerdan que a las manecillas del tiempo no les es permitida la tregua.
Así, uno imagina a los viajeros, a las familias, a los amigos e incluso a los enamorados, a los que se miran retratados en los ojos y se toman las manos para percibir el pulso del universo, maravillados por los tesoros que esconde Santiago Tupátaro.
Si la mañana fue dedicada a desentrañar los enigmas y la belleza de la capilla, la tarde es propicia para caminar por las callejuelas, por los senderos, y así admirar la campiña alfombrada de flores multicolores y perfumadas que invitan a experimentar plenamente los días de la existencia. Al anochecer, las casas somnolientas, apenas alumbradas por focos y lámparas, recuerdan que en lo pequeño se esconde lo bello y que lo que se hace con amor y autenticidad, perdura. Allí, en ese rincón del mundo, se quedan los recuerdos de un día anónimo de paseo, tal vez unidos a los rumores del pasado y la historia.
La Capilla de Santa María de la Asunción en Tupátaro es un testimonio vivo del arte colonial mexicano y merece ser reconocida como uno de los tesoros artísticos más importantes de Michoacán. Su belleza y significado histórico la convierten en un destino imprescindible para los amantes del arte y la cultura. Te invitamos a visitar este rincón mágico de México y a sumergirte en la maravilla de su «Capilla Sixtina».
Su arquitectura y sus intrincadas obras de arte lo han convertido en un destino de visita obligada para turistas y entusiastas del arte.
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¿Cuál es la historia detrás del diseño del techo de la Capilla de Tupátaro
Respuesta
El diseño del techo de la Capilla de Santa María de la Asunción en Tupátaro es una obra maestra del arte colonial mexicano que refleja un fascinante sincretismo cultural. Este techo, conocido por su intrincado artesonado, combina elementos de la iconografía cristiana con motivos prehispánicos, lo que lo convierte en una representación única del encuentro entre dos mundos.
Orígenes y Creación
La capilla fue construida durante el siglo XVI, en el contexto de la evangelización de los pueblos indígenas de la región purépecha. Los frailes franciscanos, encargados de esta misión, colaboraron estrechamente con los artesanos indígenas para crear una obra que no solo sirviera como lugar de culto, sino también como una herramienta pedagógica para transmitir los principios del cristianismo.
Características del Diseño
- Artesonado Geométrico: El techo está compuesto por un complejo diseño geométrico que incluye secciones hexagonales y octogonales. Este patrón no solo es estéticamente atractivo, sino que también refleja la maestría técnica de los artesanos.
- Motivos Florales y Naturales: Cada sección del techo está decorada con motivos florales y naturales pintados en colores vivos. Estos elementos son característicos del arte indígena y simbolizan la conexión con la naturaleza.
- Iconografía Cristiana: Junto a los motivos naturales, se encuentran representaciones de escenas bíblicas y figuras religiosas, lo que demuestra el intento de los frailes por integrar las creencias cristianas con las tradiciones locales.
- Colores Vivos: La paleta cromática utilizada es notable por su brillantez y durabilidad, lo que ha permitido que el techo conserve su esplendor a lo largo de los siglos.
Significado Cultural
El diseño del techo de la Capilla de Tupátaro es un ejemplo destacado del arte tequitqui, un estilo artístico desarrollado por indígenas bajo la dirección de religiosos españoles. Este estilo se caracteriza por la fusión de técnicas y símbolos europeos e indígenas, creando obras únicas que narran la historia del mestizaje cultural en México.En resumen, el techo de la Capilla de Tupátaro no solo es una joya artística, sino también un documento histórico que narra el diálogo entre culturas durante el periodo colonial. Su preservación y estudio continúan siendo esenciales para comprender mejor este capítulo crucial en la historia del arte mexicano.
¿Qué técnicas artísticas se utilizaron en el retablo de la Capilla de Tupátaro
El retablo de la Capilla de Santa María de la Asunción en Tupátaro es una magnífica representación del arte barroco mexicano, y en su creación se utilizaron diversas técnicas artísticas que destacan por su complejidad y belleza.
Técnicas Artísticas Utilizadas
- Talla en Madera: El retablo fue elaborado principalmente en madera, una técnica común en el arte religioso colonial. Los artesanos tallaron intrincados detalles que incluyen figuras religiosas, escenas bíblicas y ornamentos decorativos.
- Estofado: Esta técnica consiste en aplicar una capa de pan de oro sobre la madera tallada, que luego se pinta con colores brillantes. Posteriormente, se raspa o se graba la pintura para revelar el dorado subyacente, creando un efecto visual rico y luminoso.
- Policromía: Se refiere al uso de múltiples colores para pintar las figuras y los elementos decorativos del retablo. Esta técnica permite dar vida y realismo a las imágenes, utilizando una paleta vibrante que ha perdurado a lo largo del tiempo.
- Dorado: Además del estofado, se aplicó dorado a otras partes del retablo para resaltar detalles específicos y conferir un aspecto suntuoso y celestial, característico del estilo barroco.
Estas técnicas combinadas resultan en un retablo que no solo es una obra de arte religiosa, sino también un testimonio de la habilidad y creatividad de los artesanos locales de la época. La integración de estas técnicas permitió crear un retablo que sigue siendo admirado por su esplendor y maestría artística.